AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS Y AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO
Un letrado se acercó a Jesús y le preguntó qué mandamiento era el primer de todos. Seguramente porque él se sentía confundido en el enmarañado de los 613 mandamientos de su ley, en donde 365 (uno por día) sostenían que “no” se debía hacer tal cosa, y otros 248 afirmaban que “sí” era para practicar otra tal cosa.
Jesús da la respuesta usando textos del Deuteronomio 6,4 y del Levítico 19,18, sin embargo, agregando una inmensa novedad.
La novedad de Cristo es unir los dos mandamientos y ponerlos como centro de toda espiritualidad cristiana.
Además, el texto de Levítico habla del amor al prójimo en un sentido bastante nacionalista, y el Señor le da amplitud universal: ya no importa tanto la raza, el color, la opción política, el estatus económico: lo substancial es la actitud de Buen Samaritano.
El primer mandamiento es amar a Dios, porque Él es el único Señor, y así no tener ídolos dentro del corazón, especialmente una ambición desordenada de bienes y de poder. Esta avidez desplaza a Dios del espíritu humano y se instaura el dominio de los instintos y de la brutalidad.
Igualmente, amar a Dios es el más importante de los mandamientos, porque es la fuente del amor al prójimo. Sin la fuerza de este amor divino nuestro amor al semejante fácilmente se deja llevar por sentimientos egoístas, donde el criterio no es la necesidad del otro, pero el gusto que el otro me brinda.
Es decir, “yo” soy el centro de este amor.
Amar a Dios es amar a lo que Dios ama, y Dios ama a todos los seres humanos y cuida cariñosamente de cada uno de ellos.
Declarando que es necesario amar a Dios con toda el alma, con toda la mente y con todo el ser, el Divino Maestro une la fe y la vida, pues uno de los dramas de sus seguidores es la dicotomía entre lo que se cree y lo que se practica, una división nociva entre las obras y las palabras.
El segundo mandamiento es semejante al primero, que es amar al prójimo como a sí mismo, para evitar el peligro del espiritualismo.
El buen samaritano |
El prójimo es el ser humano real, posiblemente con dificultades, que está cerca de mí, en mi casa y en mi ambiente laboral. Este amor debe manifestarse en un compromiso eficaz de promoción humana, de ternura y de justicia.
Así que amar a Dios y al prójimo deben ser un solo mandamiento, actitudes que caminan juntas para crear una sociedad mejor.
Por Hno. Joemar Hohmann Franciscano Capuchino